29/05/2016 / Clàudia Reig Martín
Cinco individuos al fondo del escenario mirando fijamente al público que va entrando, frustrados? No, podríamos decir dispuestos a aceptar lo negro y bello que poseen, han decidido no esconderse más. Se acercan lentamente hacia delante ya poniendo en contexto el suspense y la tensión, con toque surrealista, que sobrevendrá durante las dos horas que dura la obra. A más de los cinco personajes principales hay cinco operarios escénicos que entran y sacan material del espacio, participes también durante toda la dramaturgia que acontece.
El Octavo Día, más de carácter performativo que no pieza de danza contemporánea, induce a reflexionar sobre cómo el Humano maneja sus sentimientos y lidera con el trato del cuerpo, un cuerpo galán, delicado, producto, trapo, utilizado, deseoso de amar, con rabias, tensiones y reiteradamente mórbido. En este mundo, esconder la sensualidad perteneciente al cuerpo provocó que las personas explotaran, que experimentaran hacer todo aquello que no les estaba permitido. Un exceso de autocontrol engendró monstruos, psicópatas ansiosos de libertad. Abusos… se dispara la sombra, el lado oscuro del “YO”; todo aquello negado, reprimido y estancado dentro.
Como espectador entras en esta densa lenta historia donde hay momentos en los que se despiertan sentimientos de risa, gozo, placer, lagrimas, repugnancia, impotencia, asco, ganas de vomitar, pánico, pegar un salto de la butaca, fugarse corriendo… pero hay algo, una especie de morbosidad que hace que no puedas dejar de mirar, incluso cuando sus personajes te tapan las escenas, moverás la cabeza para ver con más detalle la repugnancia mostrada. Esa es la evidencia de la verdad que se revela; aquella sombra que reflejan está presente en todos.
La iluminación de la obra está bien estudiada, es luz que crea grandes contrastes atmosféricos, fluorescentes de luz blanca y cruda, o luz amarilla, acogedora o íntima. Luz como creadora de diferentes ambientes que por consecuencia producen sensaciones dispares a la audiencia. Vale decir que el Antic Teatre es idóneo lugar donde representar esta obra una cuadrada caja negra de linóleum blanco, donde el público entra completamente en el escenario. La música de Carlos Martorell (SHOEG), encaja a medida con un estado de incertidumbre perpetuo.
<EN SHOCK> es el estado más descriptivo al que responde se queda la audiencia durante y después de haber visto la pieza. Una pieza dura, directa, removedora, con conceptos que requieren su tiempo a ser procesados. Varias dicotomías y controversias constan el rumor de los espectadores. Personas que esperaban ver una pieza más bailada afirmaron que no les había gustado nada, otras considerándolo una gran pieza felicitaron a Olga y a Jordi, otras no tenían palabras, se pusieron sobre la mesa descomunales cuestiones por procesar.
Por supuesto las opiniones estaban de acuerdo en que los artistas hacen un papel increíble, su interpretación ha ofrecido por completo el carácter realístico, completamente dentro de la historia, con muchísima disponibilidad y entrega, solo así se podía desarrollar la trama de tal tema. Se evidencia una verdad que Eric Fromm resume en el siguiente enunciado, “Toda sociedad que excluya, relativamente, el desarrollo del amor, a la larga morirá a causa de su propia contradicción con las necesidades básicas de la naturaleza humana”.
Podría desarrollarse el concepto con una creación de danza contemporánea más romántica, pero si más bien la historia de hace más de 10.000 de existencia demuestra que la humanidad ha desarrollado el arte de amar de una manera muy cruda y monstruosa, mientras la mayoría se empeñan en esconder e invisibilizar la crueldad, Olga escoge con mucha garra plantártelo como una bofetada en la cara.